¡Hola, papá! ¿Qué tal has empezado la semana? Yo estoy agotada. El calor, unido a todo lo que tengo que hacer, me tiene las piernas como si fueran losas de plomo. Menos mal que un beso tierno en los labios y un abrazo fuerte reconforta y da alas.
Ayer fue mi primera carrera de MotoGP a la hora de la comida. No había nadie que me preguntara si poníamos la mesa, ni que me dijera que estaba loca por hablar con la tele cada vez que Valentino Rossi hacía un adelantamiento.
Como era el Día de la madre, mamá se sentó conmigo en mi habitación para ver la carrera y la ‘sufrimos’ juntas con un pequeño vaso de vermut con hielo.
Y luego otra vez a currar. Crónicas (bastante mediocres), blog y demás tareas que tú ya sabes.
Antes, eso sí, aproveché los últimos rayos solares para coger un poco de color que disimule mi mala cara. La de la tristeza, la de la ausencia, que en estos momentos duele más todavía.
No te he enseñado aún las fotos del atardecer en Marte y ya va siendo hora. Realmente es algo mágico, maravilloso, hechizante, único… y gris, como tus ojos.
Es algo que hubiéramos visto una y mil veces con nuestra habitual inquietud por conocer todos los fenómenos astrológicos.
Mañana empiezo mis clases de yoga. A ver si es verdad que mejora el espíritu y la elasticidad. Te iré contando.
Sólo espero que el resto de alunmas no sean muy expimentadas, porque yo voy a ciegas. Y muy temprano. Te iré contando mis avances.
Quedan cinco días para el sábado y estoy nerviosa, pero sé que tú me vas a ayudar a que todo salga bien.
Te dejo, mi vida. ¡Te quiero, papá!
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